Descripción
Nació en Saltillo, Coahuila el 24 de febrero de 1927
Murió en Monterrey el 16 de abril del 2022
En 1974 su hijo Jesús Piedra Ibarra fue desaparecido. A partir de entonces Doña Rosario inició una lucha intensa por la presentación con vida de su hijo. En ese camino doloroso se encontró con otras madres de desaparecidos y con muchos compañeros. Con ellas y con ellos formó el Frente Nacional Contra la Represión (FNCR) y más tarde el Comité Eureka.
Gracias a su lucha épica, con huelgas de hambre en Catedral, movilizaciones y denuncias, logró poner luz sobre el ominoso fenómeno de la desaparición forzada de luchadores sociales y líderes políticos de oposición por órdenes de gobernantes. Logró que las autoridades presentaran con vida a 150 de los más de 500 desaparecidos políticos contabilizados
Con las masacres de 1968 y de 1971, entre otras, el Estado mexicano cerró los cauces institucionales, constitucionales, pacíficos, de la participación política. Muchos de los jóvenes que desafiaron al orden autoritario impuesto, ya por las vías violentas ilegales, ya por la vía pacífica, fueron víctimas de una guerra sucia debido a la cual muchos resultaron desaparecidos.
En 1982 Rosario Ibarra se convirtió en la primera mujer candidata a la Presidencia de la República. Nuevamente lo fue en 1988.
En 1998, acompañada de algunas de las Madres de la Plaza Mayo y de Tatiana Clouthier. y en el año 2000, a propuesta de ella misma, se incorporo en el Código Penal del Distrito Federal el delito de desaparición forzada por vez primera en la historia de México. En el año 2001, en la Cámara de Diputados, y también en el Código Penal Federal se incorporó dicho ilícito.
Más allá de sus causas específicas, Rosario Ibarra construyó un singular y extraordinario tipo de liderazgo político: honesto, incorruptible, intransigente en los principios, leal a la gente y a sus luchas. Doña Rosario Ibarra nunca aceptó negociar el contenido de su lucha, nunca aceptó el concepto de indemnización a los familiares de los desaparecidos, nunca aceptó dar por muertos a los desaparecidos. Nunca transó, nunca se corrompió, nunca se rindió.
Por eso, el Senado de la República se anota un gran acierto al otorgarle la Medalla Belisario Domínguez a Doña Rosario Ibarra. Es una buena manera de comenzar a cerrar la herida profunda provocada por la guerra sucia. Es reconocer que hubo desapariciones forzadas y es, también, asumir que esto no puede volver a ocurrir.