Descripción
Nació en Ciudad de México el 19 de marzo de 1943
Murió en la ciudad de México; el 7 de octubre del 2020
Científico mexicano especializado en química atmosférica que investigó los efectos dañinos de los CFC sobre la capa de ozono. De la trascendencia de sus estudios dan fe la firma en 1987 de un protocolo internacional que prohibió la fabricación de CFC y el premio Nobel de Química que le fue otorgado en 1995. Mario Molina es, asimismo, una de las figuras más representativas de aquel sector de la comunidad científica comprometido en causas medioambientales como la lucha contra la contaminación.
Durante la década de 1960 cursó estudios en la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó estudios de postgrado en Alemania, y obtuvo el doctorado en la Universidad de California, Berkeley, en 1972. Vinculado al Instituto Tecnológico de Massachussets desde 1989, adquirió la ciudadanía estadounidense y fue nombrado profesor titular en 1997.
Además de su trabajo docente, realizó una fructífera labor de investigación, interesándose, sobre todo, por el problema ambiental. Molina se convirtió en un científico renombrado por sus contribuciones al conocimiento de la naturaleza química de la atmósfera terrestre, en particular de la estratosfera. Fue uno de los primeros científicos en alertar al mundo sobre el peligro que representan para la capa de ozono los clorofluorocarbonos (CFC) empleados en aerosoles, refrigerantes y solventes, tanto de uso industrial como doméstico.
Molina y su colega estadounidense Frank Sherwood Rowland no se limitaron a señalar el adelgazamiento de la capa de ozono sobre la Antártida. En 1974 divulgaron sus teorías en un artículo en la revista Nature. Para los investigadores, los clorofluorocarbonos (CFC), que se habían estado utilizando desde 1940 en aplicaciones como las citadas, estaban destruyendo la capa de ozono estratosférico. Tal capa protege a los seres vivos de los letales rayos ultravioleta provenientes del Sol, lo que justificaba la alarma y la necesidad de tomar medidas. Sin embargo, sus advertencias fueron en aquel momento menospreciadas y consideradas excesivas por un sector de investigadores.
Desde 1974 divulgó sus descubrimientos sobre esta materia y asesoró a empresas e instituciones públicas y privadas. Puesto que su descubrimiento afectaba intereses de poderosas compañías químicas, Molina y Rowland tuvieron que defender su teoría ante la sociedad y los políticos. Al final, las grandes empresas fabricantes de esta «sustancia maravillosa», como llegó a ser considerada por su estabilidad química, reconocieron el hecho.
En 1987 se firmó el Protocolo en Montreal: las naciones fabricantes de CFC se comprometían a detener la producción y a sustituirlo por otros compuestos menos dañinos para el ambiente. En 1995, la Real Academia Sueca otorgó a Mario Molina el premio Nobel de química por sus trabajos de química atmosférica, galardón que compartió con Frank Sherwood Rowland y con el neerlandés Paul Crutzen. Éste último había descrito en 1970, de forma independiente y complementaria, los efectos destructivos sobre la capa de ozono de los óxidos de nitrógeno. El mismo año en que recibieron el Nobel, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (UNEP) premió también a los tres científicos por su contribución a la protección de la capa de ozono.