Descripción
Nació en México; el 10 de abril de 1789
Murió el 21 de agosto de 1842.
Sus padres fueron don Gaspar Martín Vicario, español oriundo de la villa de Ampudia, y doña Camila Fernández, originaria de Señor San José de Toluca.
Como era común en aquella época, Don Gaspar había viajado a la Nueva España con la intención de conseguir fortuna. Esto lo logró pocos años después de su llegada. Gracias su destacable inteligencia y facilidad para las actividades comerciales, amasó una fortuna de 160 000 pesos –una cantidad muy significativa para la época.
Por su parte, aunque doña Camila tampoco creció en una familia con privilegios, su madre logró sobreponerse y educar a sus hijos para que fueran personas “útiles y respetables”. Así, por ejemplo, consiguió que algunos de ellos ocuparan cargos importantes como don Fernando, quien, después de matricularse en el Ilustre y Real Colegio de Abogados, se convirtió en Oidor Honorario de la Real Audiencia.
En este contexto, don Gaspar y doña Camila se conocieron y se casaron. Dos años después de la unión matrimonial, nació la pequeña Leona Vicario, quien, a diferencia de las costumbres de la época, recibió una educación intelectual y religiosa bastante destacada.
En esa época, Leona Vicario dio a luz a Genoveva –quien nació en una cueva– y a otra hija. Luego, inevitablemente, la pareja fue descubierta por lo que don Quintana Roo pidió el indulto para su esposa. Más tarde, la pareja se estableció en Toluca.
A pesar de todas las inconveniencias, Leona Vicario fue de las pocas insurgentes que pudieron ver consumada la rebelión. Tiempo después, la aguerrida mujer reclamaría la indemnización por su fortuna. Empero, el Gobierno era incapaz de pagarle por lo que le otorgó la Hacienda de Ocotepec (en Apan, Hidalgo) y dos casas en la Ciudad de México.
Gracias a la posición familiar y a los bienes heredados de sus padres, que quedaron bajo la cuidadosa administración de Agustín Pomposo, Leona adquirió una esmerada educación; cultivó las ciencias, las bellas artes, la pintura, el canto y la literatura.
Leona creció en virtud y sabiduría, pero dotada de un espíritu rebelde y libre que no admitía ninguna tutela que impidiese su desarrollo, en un clima de apertura a todas las novedades, tanto en lo que se refería a sus lecturas como a sus amistades y actividad social. En el bufete de su tío y tutor trabajaba como pasante en leyes Andrés Quintana Roo, recién llegado de Yucatán, de quien se enamoró y con quien colaboró, llena de entusiasmo, en favor de la protesta criolla por los acontecimientos que se sucedieron en Nueva España a partir de 1808. Entre otras actividades, desde 1810 actuó como mensajera de los insurgentes, dio cobijo a fugitivos, envió dinero y medicinas y colaboró con los rebeldes, transmitiéndoles recursos, noticias e información de cuantas novedades ocurrían en la corte virreinal.
Ferviente proselitista de la causa insurgente, a finales de 1812 había convencido a unos armeros vizcaínos para que se pasaran a su bando, trasladándose a Tlalpujahua (localidad en la que estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón), donde se dedicaron a fabricar unos fusiles “tan perfectos como los de la Torre de Londres”, según Carlos María Bustamante. Poco después, las autoridades interceptaron a uno de sus correos, el cual la delató, por lo que fue vigilada y seguida cada vez más de cerca.
Declarada culpable, en lugar de enviarla a la cárcel de corte se la mantuvo presa en el mismo Colegio de Belén, hasta que el 23 de abril de ese año la liberó un grupo de caballeros bajo el mando de Andrés Quintana Roo, quien la mantuvo oculta por unos días y forzó más tarde su salida de la capital, simulando ser arrieros que conducían un atajo de burros cargados con cueros de pulque. Leona, con la cara y los brazos pintados de negro, y unas cuantas mujeres, vestidas también de negro, marchaban sentadas sobre unos huacales. Los cueros y las hortalizas, al parecer, iban cargados de tinta de imprenta, además de letras y moldes de madera para la confección del periódico de los rebeldes. Empeñada en seguir colaborando con la insurgencia, huyó de la capital con destino al campamento de Tlalpujahua.
A partir de entonces su vida coincidió con la del intelectual y político yucateco, siempre al servicio de la insurgencia y del Congreso Insurgente.
Delatados en 1817, Leona fue capturada en una cueva, junto a Achipixtla, cuando acababa de dar a luz su primera hija, a la que pusieron por nombre Genoveva, en recuerdo de la de Brabante. En esta ocasión, la petición de clemencia en favor de su esposa formulada por Quintana Roo, que prometió entregarse, fue aceptada por el virrey. De este modo se acogieron a su indulto y fueron confinados en la ciudad de Toluca, donde permanecieron en completo retiro hasta 1820.
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