Descripción
Muchas leyendas rodean a la Zona del Silencio, un misterioso lugar que descansa en la parte central del Bolsón de Mapimí.
En la parte central del Bolsón de Mapimí se localiza esta área que ha despertado un interés inusitado y que ha sido bautizada como Zona del Silencio. El enigmático nombre es digno corolario al sinfín de mitos que han surgido en torno al lugar.
Densos y oscuros nubarrones de aspecto sobrecogedor cubren el cielo. Llevados por el viento se desgarran dejando pequeños claros por los que se filtra la brillante luz de las estrellas y el fugaz resplandor de un aerolito que cruza la bóveda celeste. Si llega a caer un aguacero, no se podrá salir del desierto en varios días.
La tierra está a oscuras al faltarle la luz del universo; sólo los relámpagos, en el horizonte, la iluminan brevemente, recortando la negra silueta de las montañas circundantes que semejan gigantes dormidos, indiferentes al desasosiego del espíritu de quien las contempla.
Hacia el sur, a gran distancia, se percibe la tenue claridad de las ciudades de la Comarca Lagunera, perdidas en el horizonte. En la inmensidad del desierto, el universo y el hombre toman su proporción real.
Estamos en el Bolsón de Mapimí, situado en la parte centro-norte del país, a unos 180 km al noroeste del complejo urbanístico Torreón-Gómez Palacio-Lerdo. El Bolsón de Mapimí es una cuenca cerrada, lecho de antiguas lagunas, que forma parte del gran desierto chihuahuense.
Se trata de una inmensa zona árida que se extiende desde la Sierra Madre Occidental hasta la Oriental, y que de sur a norte comprende desde los estados mexicanos de Zacatecas, San Luis Potosí e Hidalgo, pasando por Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila y Chihuahua, y se prolonga a Estados Unidos abarcando Texas, Arizona y Nuevo México, llegando hasta las Montañas Rocallosas.
En tiempos prehistóricos esta gran extensión de tierra estuvo sumergida bajo las aguas del llamado Mar de Thetis, como lo demuestra la gran cantidad de fósiles marinos que se encuentran en ella.
La historia comienza a principios de los años setenta, cuando un cohete de la NASA, el Athena, al parecer perdió el control y fue a caer en la región. De inmediato un equipo de especialistas estadounidenses llegó para localizar el artefacto y contrataron algunos lugareños para ayudar a peinar la zona. Curiosamente, a pesar de todos los recursos empleados, incluyendo aviones, la búsqueda se prolongó por varias semanas.
Finalmente, localizado el cohete, se tendió un corto tramo de vía desde la estación de Carrillo, para sacar los restos del aparato y, además, bajo el supuesto de que estaban contaminadas con desechos radiactivos, se embarcaron varias toneladas de tierra del área vecina al lugar del impacto. Las operaciones se realizaron bajo un fuerte dispositivo de seguridad, de manera que ni los lugareños pudieron ver los restos del cohete. Tanto misterio despertó sospechas y originó rumores.
Poco después, un lugareño radicado en Ceballos, Durango, dijo haber localizado una zona en la cual no se escuchaba la radio. El fenómeno fue investigado por especialistas de la ciudad de Torreón. Surgió entonces la hipótesis de la existencia de una especie de cono magnético sobre la región que provocaba ionizaciones en la atmósfera que bloqueaban la transmisión de las ondas de radio.
Y aquí comenzó la leyenda. Además de la Zona del Silencio, la presencia de bancos de fósiles, de áreas con gran concentración de fragmentos de aerolitos, la existencia en la región de una especie endémica de tortuga del desierto, y de la abundancia de nopales violáceos de escasa distribución, sirvió de base para conferirle al área características sobrenaturales e inventar una serie de mitos: desde el absurdo de que al entrar a la Zona del Silencio no se podía escuchar la conversación de otras personas, hasta la aberrante idea de que el lugar es una base de aterrizaje de extraterrestres.
Así creció la fama y el número de visitantes. Los charlatanes tomaron ventaja de la situación ofreciendo excursiones masivas a la zona en busca de experiencias paranormales únicas. Pronto surgió la versión de que justo al otro lado del mundo, en algún lugar del Tíbet o Nepal, existía una zona con las mismas características, por lo que se consideró a la zona como un polo donde se concentraba la energía terrestre.
Los excursionistas en poco tiempo se dieron cuenta que no era fácil encontrar la Zona del Silencio, por lo que hubo que replantearse la hipótesis del cono magnético, argumentándose que éste cambiaba de lugar según las condiciones de la atmósfera, e incluso se consideró la presencia de varias “manchas de silencio” que se desplazaba continuamente por el desierto, en forma errática.
Los habitantes del lugar vieron aparecer, intrigados, a numerosos grupos de personas que llegan buscando OVNIS o a celebrar extravagantes ceremonias para “recargarse” con la energía del universo; ellos no han visto hasta ahora nada extraño en la región.
Las consecuencias de la avalancha humana no se hicieron esperar: de los bancos fósiles hoy sólo queda el nombre; todos han sido saqueados. En su lugar se encuentran apilamientos de piedras formando círculos con estrellas de David en el interior, en los cuales se llevan a cabo ritos de conexiones intergalácticas.
También las puntas de flechas o chuzos que los antiguos indígenas usaban para pescar o cazar, se están agotando. Dada su mala situación económica, los lugareños vieron en el comercio de fósiles una fuente de ingresos y aún, actualmente, se venden fósiles de diversos tipos, extraídos de bancos secretos cuya localización guardan celosamente.
Al recorrer el desierto es frecuente ver a las liebres y conejos que huyen despavoridos al paso de los vehículos. Por las noches se observa también a ratones y ratas canguro. Si se acampa cerca de algún depósito de agua, es seguro encontrar a zorras y coyotes merodeando en la oscuridad y cuyos ojos fulguran al lamparearlos.
En ocasiones se percibe el vuelo sospechoso de algún búho en busca de alguna presa. Al igual que la vegetación, los animales sufren adaptaciones especiales que les permiten vivir en las adversas condiciones de esta árida región.
En 1978, se creó la Reserva de la Biosfera de Mapimí. La existencia en la región de la gran tortuga del desierto, en peligro de extinción, fue un factor definitivo para establecer aquí la Reserva, auspiciada por el programa “El Hombre y la Biosfera” de la UNESCO, el Instituto de Ecología, el CONACYT y otras organizaciones, así como los pequeños propietarios y ejidatarios locales que donaron los terrenos.
Los habitantes locales han desarrollado un alto sentido de respeto hacia el medio ambiente y se esfuerzan por preservarlo. Si se va a visitar esta región, hay que estar conscientes que dadas las condiciones de aridez, se trata de un ecosistema muy vulnerable y que se debe tener la responsabilidad de ayudar a conservarlo.